Por Raquel Aldana
A todos nos gusta la gente
auténtica, la que actúa desde el corazón, la que vibra con sus sueños, la que
asume la responsabilidad de sus decisiones y de sus actos. No nos gusta tener
que decir a nadie lo que tiene que hacer ni andar huyendo de los comentarios
malintencionados que solo buscan destruir.
Nos gustan las personas que
son justas y agradecidas, las que no buscan recompensas fuera de sí mismas, las
que actúan de manera desinteresada, las que confían en nosotros y nos animan a
perseguir nuestros sueños.
No, no es fácil lidiar con
gente que desde su maldad viene a provocar una catástrofe en nuestra vida.
Resulta muy complicado colgar un cartel en la relación cuando las intenciones
están enmascaradas y los sentimientos nos ciegan.
Por inexplicable que nos parezca, solemos vivir sometidos a estas relaciones porque relegamos de puesto a nuestra mente y no la dejamos trabajar sin el estorbo de las expectativas y de la incredulidad. No nos damos cuenta de que así es imposible poner distancia emocional y comenzar a liberarnos de las malas personas. Por eso es tan difícil este proceso.
Las buenas personas son las
realmente importantes en nuestra vida
La gente de la que nos gusta
rodearnos conoce el valor de la alegría y de la tristeza, procura no lastimar
ni herir a los demás, regala sonrisas y ofrece su oxígeno cuando alguien se
queda sin aire.
Las personas que nos gustan
contagian sinceridad y hablan con franqueza, son fieles y leales, y persisten
para alcanzar sus sueños. Son personas de las que nos encanta rodearnos porque
juegan con valores que nos hace sentir bien y sanan las heridas del pasado.
Aquellas personas son las
que crean la alegría y hacen morir a la pena, las que no se avergüenzan de
reconocer sus defectos, las que aceptan sus errores y aprenden de ellos. Son
esas personas las que nos abrazan y recomponen nuestras partes rotas, haciendo
que nuestros males se diluyan en el mar del olvido.
Ellas se resisten a los juicios y permiten que les muestres tu historia, ignoran los rumores y no se inventan tu vida. Son aquellas que se desatan de las habladurías a pesar del esfuerzo que supone, “que tienen personalidad” y que actúan con coraje ante las injusticias.
Las personas de las que
merece la pena rodearnos son aquellas que hablan el idioma de la sensibilidad,
las que son solidarias, buenas y respetuosas, las que no intoxican nuestra
vida, las que conocen los buenos valores y los practican.
Sabemos que podemos confiar
en ellas porque actúan desde la humildad, con tacto y con agradecimiento ante
la vida. Ellas son sabias en sus sueños y se atreven a guiar sus relaciones por
el aprecio y no por el interés.
Alejarnos del dolor nos
acerca a la felicidad
Merece la pena abrir los
ojos ante el mundo y evitar juntarnos con gente que nos apaga la vida y que
intenta dificultar nuestra existencia. Tenemos que intentar brillar, encontrar
nuestro camino y librarnos de las etiquetas.
Distanciándonos
emocionalmente de las personas que nos hieren conseguiremos alejarnos del
miedo, del dolor y de la toxicidad. De esta manera, conseguiremos que nuestra
autoestima solo dependa de nosotros, evitando dejarla desprotegida y
ocasionando que otros nos empequeñezcan.
No se trata de hacerlo
físicamente, sino de conseguir una distancia emocional que nos permita
ocuparnos de resolver lo que sucede cada día sin amargarnos por intentar
adivinar sus próximas intenciones.
Evita los ambientes
conflictivos que no conlleven ningún tipo de crecimiento, pues rápidamente se
adueñan de nosotros, de nuestra cordura y de nuestra salud emocional. La vida
es demasiado corta como para angustiarnos por aquello que pretende dañarnos.
Recuerda que somos nosotros los que ofrecemos validez a las opiniones y los actos de los demás. Por eso, otorga importancia a aquellas personas que te tratan bien y que te quieren. De lo demás procura alejarte sin remordimientos, tu salud emocional lo agradecerá.
Fuente: el post completo y original lo puedes consultar en lamenteesmaravillosa
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