Escrito por Raquel Aldana
Las emociones desempeñan un
papel determinante a la hora de convertir a un niño en un adulto feliz y
exitoso. Sin embargo, si el desarrollo emocional de un niño se desvía, sufrirá
como consecuencia una gran variedad de problemas personales y sociales a lo largo
de su vida… En este caso criaremos niños vulnerables en lugar de niños fuertes.
Pero la verdad es que ser
responsable de la educación emocional de los niños no es una tarea fácil. O
sea, hacer entender a un niño que los sentimientos tienen tantas tonalidades
como los colores aunque no las vean es algo cuanto menos complicado.
madre e hija andando por las
vías del tren agarradas de la mano
La conciencia emocional como
base de la fortaleza infantil
La conciencia emocional es
el mejor vehículo para el cambio en nuestra vida. O sea, que tenemos que ser
conscientes de lo que nos provoca sentimientos frustrantes y negativos o
positivos y placenteros para encontrar aquellas maneras de fomentarlos,
comprenderlos y controlarlos.
Si logramos esto, conseguiremos
que los niños (y futuros adultos) sean capaces de tener sentimientos sobre sus
propios sentimientos, es decir, serán niños fuertes. Esto, a pesar de que suena
redundante, es importante a la hora de ser hábiles comunicadores emocionales y,
por lo tanto, fortalecer nuestro yo interno y social.
Enseñar a los niños a observar, comunicar y aprender sobre sus emociones ayudará a su desarrollo y a su éxito vital. De hecho, en primera instancia, evitaremos que sean vulnerables a los conflictos de los demás.
La importancia de la
comunicación emocional
Un buen ejemplo de lo que
puede suponer la adquisición de estas habilidades para criar niños fuertes lo
encontramos en el libro “Inteligencia emocional para los niños” de Shapiro
Lawrence:
Martin, un niño de seis años
cuyos padres estaban atravesando un proceso de divorcio particularmente nocivo.
El padre de Martin insistía en que él volara para ir a visitarlo a Boston todos
los fines de semana, mientras su madre mantenía la custodia durante la semana
en Richmond, Virginia. Martin apenas profería palabra durante el viaje de ida
de dos horas y media e insistía en irse a la cama en cuanto llegaba a
cualquiera de sus dos casas. Después de dos meses de este arreglo, Martin
comenzó a quejarse de dolores de estómago y su maestra señaló que pocas veces
hablaba con alguien en la escuela.
Durante la audiencia de
custodia, el abogado de Martin le preguntó:
-¿Cómo te sientes visitando
a tu padre todos los fines de semana?
-No sé – respondió Martín.
-Bueno, ¿estás contento de
ver a tu padre cuando llegas a Boston? –preguntó su abogado, controlando sus
propias emociones y tratando de no guiar a Martin hacia una u otra respuesta.
-No sé – volvió a responder
Martin, con un tono monótono apenas audible.
-¿Qué me dices de tu madre?
¿Estás contento de vivir con ella durante la semana? – inquirió el abogado,
dándose cuenta de que obtendría una sola respuesta de Martin durante el procedimiento.
-No sé –dijo Martin una vez
más, y nada en su comportamiento sugería que sí lo sabía.
Si privamos a nuestros niños de un correcto desarrollo emocional, entonces obtendremos como consecuencia la incapacidad de comprender y evolucionar de acuerdo a sus sentimientos y emociones.
Tal y como hemos visto
claramente en el ejemplo, esto provoca un sufrimiento altísimo que no debemos
permitir en nuestros niños. Y es que la capacidad de un niño para traducir sus
emociones en palabras es indispensable para la satisfacción de las necesidades
básicas. Si enseñamos a los niños a expresarse emocionalmente, poco a poco se
irán formando niños fuertes.
Esto es así entre otras
cosas porque las palabras que describen las emociones están directamente
conectadas con los sentimientos y la expresión fisiológica y emocional de estos
(por ejemplo, un niño debe saber que la angustia se asocia con una leve
aceleración del pulso, un aumento de la presión sanguínea y gran tensión en el
cuerpo).
Hay que cultivar el lenguaje
emocional
Si los niños crecen en un entorno que suprime los sentimientos y evita la comunicación emocional, es probable que los niños crezcan como personas emocionalmente mudas.
Así, si bien podemos
aprender el lenguaje de las emociones durante toda nuestra vida, son las
personas que lo hablan desde la juventud quienes se expresan con más claridad
y, por lo tanto, se muestran más competentes emocional y socialmente hablando,
lo que les abre puertas hacia el éxito vital y la consecución de sus anhelos.
Por lo tanto, queda
totalmente justificada la “obligación” moral que todos tenemos de cultivar este
aspecto vital en nuestros niños, pues solo criando niños fuertes, evitaremos
tener que reparar a tantos adultos rotos por la soledad, la desconfianza y el
desamor hacia sí mismos y hacia la sociedad.
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